Pocas veces se reconoce con justicia, la huella profunda que ha dejado la comunidad dominicana en Puerto Rico.
Desde la década de 1960, cuando comenzaron a llegar los primeros inmigrantes y de manera más masiva en los años 80′, miles de dominicanos encontraron en Puerto Rico una tierra donde trabajar y construir un futuro.
Pero también transformaron su economía, su cultura y su cotidianidad de manera decisiva.
Antes de la llegada de esta migración, la actividad comercial en San Juan era muy limitada y los horarios eran estrictos.
La mayoría de los talleres de reparación de neumáticos, cerraban a las 4:00 de la tarde, los restaurantes funcionaban hasta las 2:00 y solo unas pocas cafeterías permanecían abiertas hasta las 7:00 de la noche.
Fue la presencia dominicana, la que impulsó la apertura de talleres, gomeras, cafeterías y restaurantes con servicios de 24 horas, un cambio que no solo generó empleo, sino que dinamizó la vida urbana y modernizó la actividad económica en la isla.
En el ámbito de la construcción, nuestra comunidad aportó manos de obras calificada y trabajadoras, que hizo posible levantar decenas de edificios, urbanizaciones y comercios que hoy forman parte, del paisaje contemporáneo puertorriqueño.
La contribución cultural ha sido igualmente invaluable, a finales de los años 70 y principios de los 80, artistas dominicanos llevaron el merengue, a los salones de baile y a la radio, creando un fenómeno que marcó generaciones.
Agrupaciones como el Conjunto Quisqueya, La Patrulla 15 de Jossi Esteban y Ringo Martínez y Sandy Reyes, exintegrante de la orquesta de Wilfrido Vargas, abrieron camino en locales emblemáticos como Lomas del Sol Night Club, La Cueva del Chicken Inn, La Rú y el Salón Villarreal.
Este movimiento cultural inspiró a jóvenes puertorriqueños, a crear sus propias agrupaciones en los años 90 dando origen a grupos locales como Grupo Manía, Límite 21, Grupo Karis, Grupo Chantel y muchos otros, que hoy forman parte esencial de la identidad musical de Puerto Rico.
A pesar de estos aportes inmensos, hoy presenciamos con preocupación un clima de deportaciones masivas y de maltrato hacia dominicanos, incluyendo a quienes cuentan con su documentación migratoria en regla.
Esta situación amenaza familias completas, negocios y un legado construido durante más de medio siglo de convivencia y hermandad.
Por eso, con respeto y gratitud, exhortamos tanto a nuestra comunidad dominicana en Puerto Rico, como a los hermanos puertorriqueños que siempre nos recibieron con los brazos abiertos, a alzar la voz unidos y no permitir que la injusticia, el atropello y la discriminación, borren la dignidad de quienes tanto han contribuido a esa sociedad.
Hoy más que nunca debemos recordar que dominicanos y puertorriqueños, hemos trabajado hombro con hombro para hacer de Puerto Rico un lugar más próspero y diverso.
Defender los derechos humanos y la legalidad, no es un favor, es un compromiso moral con la historia compartida.
Si este mensaje le toca el corazón, compártalo y súmese a quienes creemos que la dignidad y el respeto, no conocen fronteras.
El autor es residente en Puerto Rico y posee una maestría, en política pública y presupuesto.
Por Roberto Montero
Analista político